Recostado en estancia intercerámica

Me miro en esta posición cálida, me reconozco en semicírculo.  Mi espina dorsal forma una curiosa curvatura que zigzaguea  hacia mis pies cuyas plantas forman la casi perfecta redondez de tu punto que pareciera un signo de interrogación. Así me veo -o imagino verme- y así me siento, así vivo y así no vivo.
Llenos de dudas y miedos transitamos por la vida como signos de interrogación (solo basta ver a tantos que corvan la mirada al caminar) como la coleta interrogativa.
Ya casi en vigilia me estiro y una corriente de vida transita por todo mi cuerpo, desde las yemas pedícuras hasta el extremo del copete. Esta sensación me colma, me llena; totalmente, el vello se me eriza y disfruto de esta erección matutina.
El círculo dibujado por mis pies es -ahora y aquí- una esfera que cambia de extremo y se une a mi cuerpo a través del cuello .
En la tarde anterior, al mirar mi imagen escurridiza en el semiclaro charco formado en el empedrado que me lleva a la casa donde duermo, recuerdo mi imagen encorvada y temerosa allí reflejada. Recuerdo también como estiré mi cuerpo al sentir el "chipi chipi" por mi espalda. El charco se aclaró de tal forma que pude ver el sol vespertino, casi violeta, rodeado de nubes que lloraban gotas de vida a la flora que me rodeaba y -también- llenaban de rabia a la vecina que no llevaba consigo su paraguas.
¡Caray! Cómo desee gritarle que intentara estirarse (como yo) pero era tarde: su hija aventó sobre ambas un grueso abrigo que encorvó -aún mas- sus interrogativas figuras.

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